martes, 8 de marzo de 2011

El papel de nuestra escuela: la revolución exterior

Con la intención de construir escuela, nuestros esfuerzos se vienen centrando en mejorar o cambiar lo de dentro, lo que sucede exclusivamente en nuestro lugar de trabajo. Si existe alguna relación con el exterior, ésta sólo se produce de fuera a dentro, es decir, se nos dan pautas de lo que se nos pide y nos esforzamos por sacarles partido (en muchos casos no nos queda otra, somos trabajadores y se nos exige cumplir con las poco duraderas leyes educativas sin consenso).

Pero, ¿qué ofrecemos desde dentro hacia fuera?. Aparte de luchar para que nuestros alumnos puedan incorporarse al mercado laboral en las mejores condiciones posibles y de educarles en valores, en el mejor de los casos, sembramos para obtener una sociedad mejor en el futuro. Les animamos a que ellos, cuando posean el mundo, hagan por cambiarlo a mejor. 

No obstante, ¿y nosotros?. ¿Hacemo algo con  nuestro mundo presente?.

No nos debe extrañar que gocemos de poca consideración social. Desde fuera sólo se ve al docente como alguien con un trabajo estable (para el ojo poco experto todos somos funcionarios) y con unas vacaciones interminables. Si algo se nos valora, es la capacidad de aguante que tenemos al trabajar con niños y adolescentes, pero pocas veces nuestra labor con ellos.

Y es lógico. La sociedad nos reclama un papel transformador hoy que no estamos realizando. Se necesitan cambios, y la escuela ha de convertirse en baluarte de los mismos, pues ésta ha de ser una revolución aglutinadora, que sume, que sepa expresar con claridad y coherencia un mensaje beneficioso en sí mismo, para todos. La escuela puede ser capaz de cohexionar a una masa social, formada por las familias con las que trabajamos, y que se ha vuelto inmune ante las mismas promesas huecas, ya tantas otras veces escuchadas.

Por un lado, ha de dirigirse a sus familias para mostrarles  cómo es la escuela de verdad. Han de saber que aspiramos a crear una sociedad que sepa generar las condiciones necesarias para el desarrollo personal de nuestros alumnos, sus hijos.
No podemos pretender transformar la escuela por dentro, ofrecer una educación integral, sabiendo nosotros, nuestros jóvenes y sus familias, que tan sólo unos pocos conseguirán alcanzar sus sueños.
Hay que provocar una revolución interior en los alumnos (de la que hablaré en la próxima entrada), pero creyendo firmemente en ella, nosotros y ellos,  y eso sólo es posible si trabajamos para ofrecerles algo más que aspiraciones de futuro. Necesitamos presente, y esa demanda es de todos.
Por otro, ha de dirigirse a  las instituciones y demandarles mayores esfuerzos por generar esas condiciones.
Debemos hacerlo una vez que la demanda traspase los muros de la escuela y se haya convertido en una demanada social, y debemos expresarlo con firmeza pero sin exigencias, manteniendo un mensaje claro y coherente, un mensaje que no se centre en la mera reclamación para no generar oposición, sino que sepa exponer los enormes beneficios que a medio plazo se van a obtener si se invierte en ellos.
El desarrollo de la investigación y el fomento las ideas emprendedoras podrían a llevar a nuestra sociedad  a unas cotas de bienestar no conocidas, y no sólo en términos económicos, sino en su significado más amplia.
Con fuerza e ilusión, sin rabia que tuerza el mensaje, hay que comenzar a levantar la voz, siendo conscientes de que la empresa es larga y dura, pero con el convencimiento de que merece la pena.
Ya el mero hecho de alzar la voz  es de por sí una victoria, pues si queremos que  nuestros alumnos crean que de verdad es posible cambiar las cosas, no nos podemos limitar a animarles a que lo hagan en su futuro, usando para ello ejemplos de un pasado cada vez más lejano. Sólo podemos educar si somos consecuentes con nuestras palabras.

domingo, 6 de marzo de 2011

Servicio en construcción

Varios estímulos en las últimas semanas me han hecho estar dándole vueltas a cómo enfocamos, desde dentro y desde fuera, el papel de la educación en nuestra sociedad.
No sé si dar las gracias a Innovatocha, Florecejonia, a las conversaciones con Luís y al Micnu, o cabrearme con todos ellos por hacerme perder mi valiosisimo tiempo del domingo en escribir sobre el trabajo, pero es algo que me pide el cuerpo, así que coged aire que el viaje es largo y tortuoso.

Si decido escribirlo es también por el convencimiento de que para hablar de educación hay que hacerlo de manera colectiva. Dejo en vuestras manos mis ideas para que las diseccionéis, critiquéis y aportéis nuevas perspectivas sobre las que enfocar el problema.

IDEA I: FRACASO ESCOLAR 1º PARTE (desde fuera).

La educación está vista como un servicio público. Esto muchas veces se traduce en términos económicos, y se entiende que, como el resto de actividades , su objetivo ha de ser ofrecer un producto concreto.
Hasta en la sanidad se funciona de esa manera: si alguien usa este servicio, pretende curarse. Cuando no es posible, hay un fracaso. De ahí que se elaboren estadísticas de todo tipo que permitan a los responsables de turno afirmar que se va alcanzando el ideal de un mundo sin enfermedades y sin analfabetismo, al menos en el mundo desarrollado.

Como servicio, todo a nuestro alrededor son jefes, ya sean los directos (el Ministerio Estatal , la Consejería Autonómica, la Provincial y el Equipo Directivo local) o los indirectos, familias y alumnos que al ser clientes, tienen derecho a reclamar, lo que provoca que los esfuerzos de los grandes pensadores educativos nacionales, autonómicos, provinciales y locales se centren en subsanar tales reclamaciones, y no en enfocar adecuadamente el valiosísimo papel que debe cumplir este servicio en la sociedad. 

Sin un planteamiento adecuado, desligando su función del resto de la estructura social y limitándo su papel al de fábricas afaendas en la elaboración en serie de un producto concreto, me surgen varias cuestiones:

¿Qué quiere la sociedad que obtengamos?

¿Es posible lograrlo?

Si fuese posible, ¿El exceso de producto deseado no produciría la devaluación del mismo?.

Tras alcanzar los objetivos deseados, ¿tiene la sociedad capacidad de asegurar el desarrollo profesional y personal al producto ha querido desarrollar?


IDEA I: FRACASO ESCOLAR 2ª PARTE (desde dentro).

Dentro de la escuela no se entiende la educación en términos materialistas, por lo que no hablamos de productos sino de personas. No obstante, sí asumimos como cierto aquello del fracaso escolar, y nos esforzamos todo lo que podemos en tratar de subsanarlo, sin descuidar por supuesto, las obligaciones burocráticas que se nos imponen, que nos roban un tiempo excesivo para  paradójicamente pretender que hagamos mejor nuestro trabajo. Lo de fuera se traduce en esto por dentro.

Hoy día, y esto si lo percibo como un logro, la comunidad educativa a todos los niveles  entiende que la educación no debe ser alienante en el sentido estricto, es decir, preparar mano de obra cualificada y obediente. Debe ofrecer una educación integral.

No obstante, nuestros clientes (familias y alumnos) muchas veces no entienden que en la escuela se trabaje otra cosa que no sean contenidos que les preparen para desempeñar un empleo, a ser posible, en el que se gane mucho dinero o al menos, en el que no haya paro. Esto  provoca que trabajemos con un planteamiento teórico de formación integral, pero estando obligados en la práctica a obtener unos resultados concretos, medibles casi exclusivamente en su funcionalidad, que permitan al alumno hacer algo con ellos y no hacerse, como en teoría se pretende.

Y  peor es si nuestros alumnos nos reclaman una formación más amplia, más allá de los libros de texto. Los objetivos a cumplir son otros, y las limitaciones espaciales, temporales y de medios técnicos nos impiden satisfacerles. A ellos y a nosotros.

Afortunadamente se están realizando intentos  para huir de esta visión limitada. Se quiere romper con esa concepción económica de la escuela como fábrica de mano de obra en serie. Se da más importancia al individuo, y la educación se especializa para dar servicio a cada persona y no a un colectivo.

Pero esos esfuerzos no están bien enfocados a mi modo de ver. Volviéndo a los símiles materiales, es como si nos hubiésemos dado cuenta de que hay materias primas diferentes, pero lo único que hacemos es trabajarlas de una manera u otra para tratar de obtener el mismo producto.

¿Hemos variado los objetivos?. La cosa se complica, pues somos conscientes de las enormes diferencias que se dan dentro de una escuela, pero duplicamos esfuerzos para igualarles cuando salgan y que partan con las mismas oportunidades, algo enormente difícil, que se puede traducir en frustración personal para el alumnos, que asume el fracaso escolar, y en profesional para el docente, que también acaba por asumirlo.

IDEA III: SOLUCIONES INEFICACES

Bien me viene a cuento aquel dicho de los árboles no nos dejan ver el bosque. Solucionamos hacia abajo, pero no miramos hacia arriba.

Sin hablar de la falta de inversión en educación, que hace que estemos enseñando a nuestros alumnos de comienzos de siglo XXI, con pizarra y tiza como a comienzos del siglo XX, los esfuerzos que realizamos desde dentro van inconscientemente orientados a la consecución de esos objetivos empresariales erróneos en educación.

Usamos sin querer, terminología y procedimientos de empresa: llamamos Plan de Calidad al conjunto de medidas encaminadas a obtener mejoras; nos basamos en estudios estadísticos para cuantificar el grado de éxito; formamos a los docentes para que en el aula sean capaces de evaluar objetivamente actitudes, valores, formas de ser de nuestros alumnos, para que atiendan a las familias, para que sepan resolver conflictos... Todo ello basado en un objetivo, en el alumno-tipo que perseguimos, o mejor dicho, que nos han encargado producir.

Incluso en nosotros, sin quererlo, obligamos a nuestros alumnos a ser a nuestro modo de ver las cosas. Quermos romper con esta idea de escuela y les mostramos una escuela distinta. Una escuela que proponga, que siembre, que les permita desarrollarse...

Creemos que la falta de inquietudes se debe a la falta de estímulos, y nos lanzamos con todas nuestras fuerzas a mostrarle el mundo para que lo disfruten. Pero también ahí nos maracmos unos objetivos mucho más elevados que los meramente funcionales, pero objetivos a cumplir a fin y al cabo. Nuestra vocación nos hace perseguir ese sueño, ese alumno-tipo ideal que esperamos ayudar a autoproducirse, sin tener en cuenta, por lo mucho que nos chirría, que tal vez haya alumnos que sólo pretenden de la vida un trabajo estable de ocho horas que les permita comprar una casa y formar una familia.

No sólo el objetivo nos limita. También hemos asumido un papel de servicio social erróneo. Nos identificamos con una empresa que, a modo de hotel, debe esforzarse para que sus clientes tengan la mejor estancia posible, con todos los servicios a su disposición.  Pero en estos esfuerzos por cambiar las cosas, ¿hemos tenido en cuenta a los alumnos?, qué papel juegan ellos en la escuela, ¿sólo recibir?. Si queremos que la escuela sea un lugar en el que tener un desarrollo pleno ¿no deberían poner en práctica lo que reciben y por tanto, aportar a la escuela?

Buscamos resolver los problemas unilateralmente y eso a los alumnos no les sirve y además, a los profesores tampoco.

IDEA IV: FRACASO PROFESIONAL

¿Es posible soportar 40 años de profesión queriendo resolver problemas a base de esfuerzo y dedicación sin conseguir los objetivos perseguidos?

En el día a día, año tras año, la lucha diaria nos impide a veces ver las cosas con más claridad. Nos obcecamos por dar más, más y más pero sin ver más allá de nuestra labor. En el ajedrez, la dama es una pieza fundamental, pero aún así es imposible ganar una partida sólo con ella.

Para ayudarnos, se nos prometen más medios técnico, se nos concede ser autoridad y se procura que los alumnos respeten a su profesor y vean en él a quién les va a llevar a su éxito personal. Pero esto no se lo creen, ni nosotros, ni las familias, ni siquiera una sociedad que no genera las condiciones para que el desarrollo personal basado en el esfuerzo sea posible.

Ante esto, algunos profesores optan por venir, cumplir jornada y salir. ¿Qué más queremos hacer si no se puede cambiar nada?

Otros en cambio, creen que es posible y destinan toda su vida a tal empresa. El desgaste es grande, no pocas veces incluso en el terreno personal, y los éxitos son tan escasos que la desgana surge. Depresión, Burn Out, estress...

No creo que se trate de echarnos la escuela a las espaldas. Es más, creo que lo que deberíamos perseguir es justo lo contrario, dedicar menos esfuerzos pero conseguir que los dediquen los alumnos.

Los alumnos no sienten que la escuela sea  un lugar de desarrollo personal. Tal vez ya no les cortemos ya las alas e incluso tal vez ahora les enseñemos a volar, pero desde luego no les permitimos que lo hagan durante su etapa de formación. Que lo aprendan, y que cuando salgan del colegio lo hagan, pero aquí dentro no.

Dejarles ser partícipes de su desarrollo supone dejar espacio para el imprevisto, para lo que no está en la programación, y eso podría acarrear numerosísimas complicaciones a sumar a las que ya hay.

Pero, por muchos problemas que puedan surgir, esto podría dar respuesta a muchos otros que ya existen, comenzando por la apatía de los alumnos, y terminando por la apatía de los profesores.

Nosotros necesitamos sentir que nuestra labor tiene sentido, pero eso es imposible que lo hagamos nosotros solos, por mucho que nos esforcemos. Necesitamos al alumno, necesitamos ver cómo muestra interés, cómo avanza y cómo es feliz.

Ellos pueden proporcionarnos las fuerzas y la motivación que necesitamos. Nosotros a cambio, la perspectiva y la orientación de la que carecen para que sigan su camino de la manera más recta posible.

Deberíamos dejar de querer controlarlo todo, de trabajar para un objetivo, y simplemente centrárnos en proponer y en orientar. En sembrar, en ayudar a levantarse cuando se caigan y en animar. Teniendo mucho cuidado en ayudarles a llegar donde ellos quieran y no en empujarles hasta donde nosotros queramos.


IDEA V: POCA CONSIDERACIÓN SOCIAL

Cerrando el círculo, no se puede negar que se estén realizando enormes esfuerzos en los centros educativos que sin embargo, tienen poco éxito cuantificable o visible desde fuera. A su vez, al no conseguir los objetivos que nos impone la propia sociedad, se habla de fracaso escolar. Eso se traduce en una baja consideración social del profesorado, ya que se asume que si no se alcanzan objetivos es por falta de dedicación. Volvemos de nuevo a la idea equivocada de escuela como empresa, por lo que al no obtener el producto deseado, son los trabajadores los culpables, los poco productivos.

Y es que debemos elaborar un producto a medida. Por un lado, nos toca jugar el papel en primer término, de familia. Muchos de nuestros alumnos pasan más tiempo con sus profesores que con sus padres, por lo que éstos demandan a la escuela que asuma su papel de educador integral, que enseñe, que eduque, que entretenga, que aguante, que escuche, que dé de comer y avise al médico si hace falta...

A su vez, la escuela cumple el papel de minisociedad, donde nosotros hacemos de las autoridades y hemos de procurar que nuestros alumnos sepan ser cívicos, entendiendo por esto principalmente, el respeto a las normas.

Ambos roles nos demandan que les marquemos límites. Esto no es malo, pues los mismos alumnos nos los demandan. Lo que es equivocado es valorar el papel de la escuela en función del grado de sumisión conseguido. Si los niños no graban peleas con el móvil, si en casa respetan a sus padres, si no hacen botellón ni provocan incidentes con los vecinos, la cosa parece que va a mejor.

Pero, ¿qué futuro tendrá ese alumno?. Le hemos enseñado a respetar y, en el mejor de los casos, a esforzarse por encontar un hueco en la sociedad, no a esforzarse por cambiarla. ¿Cómo queremos alguna vez tener una mejor consideración social?¿Cómo queremos que sean ellos los que cambien la sociedad a la que llegan si lo único que les hemos enseñado es a formar parte de ella?. Han aprendido que deben ser ellos los que se adapten al mundo, por lo que, aunque no encuentren trabajo, aunque no puedan comprarse una casa, aunque no puedan formar una familia, lo único que saben hacer es otro curso más de inglés y algún máster si se lo pueden permitir.

Tal vez nos toque desde la escuela levantar la voz y hacer girar la rueda a la inversa.  No a los alumnos, sino a los docentes con los alumnos. Si somos conscientes de que estamos fabricando y además para una sociedad que no les quiere aunque les necesite, estamos obligados a cambiarla. Tenemos el arma más importante: la escuela, y al ejército más poderoso: los jóvenes.

Hay que moverse, pero sin ahogarse. Poco a poco, sabiéndo de las dificultades y de lo extenso de la empresa, pero sin detenerse.

Si creamos una escuela de verdad,  crearemos una sociedad de verdad.

Cómo poder ir realizando esta transformación es a lo que me voy a dedicar en las próximas entradas, así que gracias infinitas a los que aguantéis el raca raca, y sobre todo, a los que encima aportéis ideas. Un saludo. ¿Nos vemos?.