jueves, 8 de septiembre de 2011

La mano torcida

Un relato bien distinto me disponía a contar, pero me ha sido imposible.
Lo tenía todo preparado: contaba con varias hojas en blanco y una inspiración que fluía como agua nueva, pero al coger el bolígrafo para dar forma a las ideas, mi mano se torció.
Tenía más pinta de pezuña que de mano; casi más siniestra que la zurda. De pronto, de manera totalmente automática, comenzó a ocupar mi blanco folio con celo, llenándolo de reivindicaciones que se me antojaron casi sindicalistas, demasiado, diría yo para una mano de derechas.
En ellas expresaba un enorme malestar. Asumía sin gustarle, su papel de segundona, de no ser más que la gregaria de mi magnífico cerebro, auténtico ideólogo de mis creaciones. No obstante, nunca se había sentido ninguneada como hasta ahora, cuando he comenzado a escribir en este blog.
Según exponía mi diestra, a ella le bastó siempre con expresarse en cada trazo ejecutado en el papel, pero la tiranía del teclado que le he impuesto, le ha silenciado para siempre.
Yo no pensaba que ello fuese a importarle. Es cierto que llevamos toda la vida trabajando juntos, pero aún lo seguimos haciendo en la intimidad. Puedo entender lo que escribe, pero ella a de entender que esos trazos que  llama letras no son más que garabatos irregulares, feos y pequeños. Letras que muestran inseguridad y timidez. Como las de un niño acomplejado aprendiendo a escribir.
Sin embargo, las letras de mi teclado son tan preciosas... tan homogéneas y sin baches. Tan perfectas... ¡si hasta las puedo cambiar de tamaño y de color a mi antojo!
En fín, que no sé si más por miedo que respeto, me he sentido obligado a cederle este espacio.
Espero que dé su brazo a torcer tras mi gesto, que asuma los nuevos tiempos y las mejoras que el progreso trae con ellos, y que no se me tuerza de nuevo.

(Para los que escriben con el cerebro, el corazón y las entrañas)

miércoles, 7 de septiembre de 2011

29

son las primaveras que acumulas. ¡Felicidades!.
Ya sabes de lo mucho que te quiero y de lo bien que me haces sentir. Pero no me apetece hablarte de eso ahora, no es el día ni el momento.

Sin embargo, que compartamos nuestras vidas desde hace tanto me ha dado la oportunidad de ser un espectador privilegiado de todos tus éxitos, que con 29 años son ya unos cuantos. Todos los que te has propuesto. Todos menos uno.

De aquella niña mona de 13 años que tenía a todos los tíos del barrio detrás, ha llovido mucho. Nunca congeniamos: tú eras sólo una Barbie ñoña para mí, y yo el típico pasota, tan sólo preocupado por hacer la gracia, para ti.
Sin embargo, aquí estamos.

Tenías que haber sido peluquera, pues no servías para estudiar, te habían dicho en casa.
Sólo por orgullo, te hiciste oficial administrativo entre notables y sobresalientes.

Te colocaste rápido en una tienda, pero nadie te entendía cuando decías que no lo disfrutabas. ¡Cómo podías quejarte!. Trabajar nunca gusta y tú al menos tenías un trabajo en el que no pasabas calor en verano ni frío en invierno.  

No has tenido nunca miedo al cambio ni a equivocarte y, allá donde has estado, has ido dejando una huella imborrable.

En realidad no has tenido nunca miedo a nada. Con 21 añitos, decidimos irnos a vivir juntos y a la playa, e incluso me compraste una casa (pues yo era un pobre estudiante que sólo aportaba pasta con los trabajos de los veranos y navidades).

Esa quizás es nuestra espinita. Me llamaron del colegio y, mientras se hacían realidad mis sueños, los nuestros se truncaron. Te lo debo.

Fueron años duros también en casa, que nos empujaron a irnos de alquiler casi con lo puesto a aquella casa inclinada, con riesgo de derrumbe.

Sin embargo, ahí estabas de nuevo. Arremangada, te metiste a un instituto (volviendo loco a más de un adolescente) y saliste siendo auxiliar de enfermería.
Ya no era cabezonería sino lo que siempre habías deseado.

Encontraste trabajo de lo tuyo, te compraste la casa de tus sueños, estuve a tu lado en tu boda... y tan sólo 29 años.

Ahora vas a ser madre. Ya no tienes trabajo pero en tu cara no ha cambiado la expresión de felicidad. Mucho has logrado, pero tú vives inmersa en tus sueños, arremangada, mirando siempre hacia adelante sin mostrar temor. Sin pedir epidural.

¡Felicidades!, y por tu cumpleaños también.
                                                                                                          Te quiero.

lunes, 5 de septiembre de 2011

A Daniel

Tumbado junto a ti, en el pecho de tu madre, los sentimientos afloran en forma de lágrimas.
Ilusión, ansiedad, alegría, inquietud... eran demasiados para guardarlos todos dentro.

No tengo mucho que enseñarte, pero quiero enseñarte bien lo poco que sé.
Enseñarte a vivir y amar con pasión. 
A disfrutar enormemente de lo pequeño.
A respetarlo todo sin temer a nada.
A amar la vida como yo la amo.

Quiero ser ejemplo, y eso me llena de responsabilidad.
Me entregaré a ello de manera incondicional, pues no concibo otra manera de amarte.

Ya queda poco, hijo, para conocerte. Para que me hagas llorar de alegría.
Hasta pronto.

I Can´t or I Kant? ¿Se merece la filosofía otra oportunidad?

Rodeado de mi torpeza, me lleva una eternidad alcanzar mis verdades. Unas verdades mucho más accesibles con tan sólo buscarlas en los libros.
Sin embargo, siempre he creído que ese innecesario esfuerzo me ayuda a descubrir mi verdadera naturaleza, sin contaminación ideológica que la distorsione. Y que, una vez llegado a ese punto, mis pensamientos fluyen más fácilmente que los de los eruditos.
Pero sólo había conocido a estudiosos de filosofía, no a un auténtico filósofo como ahora. Alguien de pensamiento puro y con la capacidad de comprenderlo que tanto anhelo.
Tal vez merezca la pena darle otra oportunidad, aunque sea de refilón, con precaución y cautela.
Tal vez.

Probaremos con el Gödrich ese.

De lo humano y lo divino

Nunca seré un buen cristiano y sin embargo, es de cristianismo de lo que están impregnadas mis creencias sobre todo.
Pero nunca seré un buen cristiano.
Veo el mundo imperfecto y soy incapaz de creer en la sola mano del hombre para ello. De existir, es Dios la imperfección. De esta forma hizo al mundo y a nosotros: a su imagen y semejanza.
Pero esa imperfección me gusta, hace posible la virtud: si en el mundo hay belleza, es porque no todo es bello. Si en el mundo hay bondad, es porque no todo es bueno.

Cada virtud, cada búsqueda de esa esencia puede ser suficiente para ser feliz.Yo vivo rodeado de bellísimas personas, y eso me hace muy feliz. Una felicidad que me hace estar enormemente agradecido. 
Y eso me hace creer en Dios. (Gracias Sonia por hacérmelo ver).

Sin embargo, no consigo encontrar justicia en este mundo. No tiene sentido tanto sufrimiento gratuito.  Me revuelve las entrañas.  No lo soporto, no puedo más que sentir una inmensa rabia y rebelarme contra ello. Solo un Dios imperfecto puede permitir tanta angustia desconsolada. Eso, o no existe.
Pero la necesidad de calmar mi sed de justicia me empuja a creer, a tener la esperanza de que tanto dolor se verá recompensado. 
Por eso creo que creo en Dios.