domingo, 29 de mayo de 2011

Tal y como eres

... tan suficiente, que a veces olvido que sigues siendo mi niña.

La que me robó el corazón.

La que me sigue necesitando.

Quererte es decir poco. Lo demás, todo sobra.



A solas seguiremos.

viernes, 27 de mayo de 2011

Primates

No somos más que eso.
Tendemos a olvidar que somos unos animales. Hemos aprendido tanto, que creemos que podemos dar respuesta a todo. Y somos tan egocéntricos, que cuando no se la encontramos es porque no tiene sentido.

Tenemos conciencia de nosotros mismos, pero no nos conocemos. Nos cuesta saber cómo somos más allá de nuestra biología. Y si queremos ir más allá, lo que aflora tratamos de interpretarlo con nuestros escasísimos conocimientos. Nos ha de encajar en lo que conocemos, queremos percibirlo con nuestros sentidos limitados, y eso no es posible.

¿La vida tiene sentido?. No lo sé,  pero si sé que de tenerlo, sería prácticamente imposible que  pudiésemos comprender cual es.

Lo que nos hace únicos, sin dejar de ser unos monos pelados, no es nuestra capacidad de pensar con lógica. Todos los seres vivos funcionan así: desde una planta que se gira hacia donde más sol recibe, hasta un animal que no vuelve a acercarse al que le ha herido.

Lo que realmente nos hace únicos (no lo digo yo, es una respuesta científica), es nuestra capacidad de imaginar, de poder ver mentalmente un futuro muy lejano. El resto de animales, y nosotros hasta los 5 años, tan sólo funcionamos con acción-reacción.

Y ya sabemos de manera tangible, que la imaginación es muy poderosa. Sabemos, por ejemplo, que si imaginamos cosas negativas, eso repercute en enfermedades reales, como ansiedad, estréss o depresión.

Por tanto, siempre hablando desde la ciencia más rigurosa, ¿por qué no dejar volar nuestra imaginación hacia sueños maravillosos?. Quién sueña despierto seguirá sin encontrarle sentido a la vida, pero mientras tanto vivirá más feliz.

Así que, queridos primates con capacidad de comprender las ideas que aquí escribo, dejad de una puta vez de buscar respuestas y poneros a imaginar las que os dé la gana, cuanto más increibles mejor.

Por eso los niños, que son muy sabios, son más felices. Eso es lo que me enseñan cada día en clase.

martes, 10 de mayo de 2011

El papel de nuestra escuela: la revolución interior

Afortunadamente, mucho se está moviendo dentro de los centros educativos. Surgen nuevos enfoques, nuevos  planteamientos que tratan de hacer de la escuela el espacio de desarrollo personal que pretende ser.
No me voy a entretener por tanto en recoger aquí estas ideas novedosas, tan sólo señalar algunas actuaciones generalizadas que considero que deberíamos de derribar por equivocadas, e intentar ofrecer  así una lectura complementaria a las que van surgiendo.

La primera tiene que ver con  la visión "docentrista" de la escuela . Nuestras actuaciones tienen siempre como sujeto activo a los docentes, dejando siempre de sujetos pasivos a lo alumnos. Incluso ahora que nos proponemos a cambiar la escuela, nos echamos toda la carga a la espalda y procuramos mejorar la calidad de nuestro trabajo, como si triplicando esfuerzos fuese suficiente para generar cambios significativos.

Debemos ser conscientes de que la escuela es una comunidad formada por profesores y alumnos (y sus familias), por lo que para provocar cambios, deberemos aportar los profesores, pero también los alumnos (y sus familias).

La segunda está relacionada con la temporalización de los contenidos de nuestras materias, que deben ser tratados en el plazo de un curso académico. En la práctica, acabamos asumiendo este límite temporal, que sólo es de contenidos,  para todas nuestras actuaciones con los alumnos, por lo que, o bien limitamos nuestra labor a la consecución de objetivos asumibles en el plazo de un curso académico o, si perseguimos objetivos más elevados tendemos a aumentar los esfuerzos para hacerlos visibles en dicho plazo, las más de las veces con escaso lógico resutado.

Tenemos que aprender a trabajar coordinados, no sólo de manera horizontal, sino también en vertical. Un trabajo bien hecho durante años por distintos profesionales, a lo que se suma el desarrollo personal del alumno, que va adquiriendo una mayor madurez en este tiempo, siempre ofrecerá mejores perspectivas de éxito que el de una sola persona durante los apenas nueve meses del curso, por mucho empeño que le ponga.

En tercer lugar, recogiendo las ideas anteriores, al estar planteada la escuela como un servicio para los alumnos y sus familias, se asume como lógico cargar de tareas y responsabilidades a los trabajadores que cobran por prestar dichos servicio, esto es, a los profesores. Incluso los nuevos enfoques se centran demasiado en el profesor como eje de las nuevas actuaciones, aumentando así el número de tareas que ha de cumplir, pues no sustituyen lo anterior. Al querer dar una educación integral, el profesor debe ser capaz de cumplir con los antiguos objetivos de su materia basados en los contenidos casi exclusivamente, pero ahora también debe ser capaz de atender indivilualmente a sus alumnos, detectar y aplicar medidas de refuerzo a los  que lo necesiten, trabajar con las familias, cumplir con todas las normativas de protección de datos, trabajar con los programas de seguimiento individualizado de sus alumnos, resolver conflictos de convivencia, educar en valores.... y todo ello con en las mismas horas lectivas que antes, y prácticamente con los mismos medios técnicos.

A medida que aumentan nuestras obligaciones aumentas nuestras tareas y por tanto, nuestro nivel de agotamiento. Y mientras esto ocurre, seguimos manteniendo a los alumnos como sujetos pasivos de su educación, dándose la paradoja de que hoy día son los alumnos los que pueden hacer una evaluación más objetiva de sus profesores, pues al ser casi exclusivamente observadores de su trabajo, tienen más capacidad de evaluación, que sus profesores para hacer lo mismo ante 30 caras  inexpresivas por aula, de las que sólo puede intuir mínimamente su evolucion con una nota de examen.

Relacionada con lo anterior, llega la cuarta (y última), que se resume muy bien en la expresión "más vale prevenir que curar". En la escuela no es siempre la mejor opción. Debemos confiar en los alumnos y dejar que sean ellos los que asuman la responsabilidad de sus actos. Se han de equivocar en muchas más ocasiones de lo que lo hacen ahora, pero aprenderán más que si nos limitamos a exponerles lo que está bien y lo que está mal.

Esta escuela que no permite interacturar (tal y como hacen por otro lado en el resto su día a día, en el mundo del siglo XXI ); la pasividad a la que les sometemos, provoca la apatía del alumnado. A su vez, esta escuela servicio público, que se centra en el aumento de los esfuerzos del profesorado como única solución de mejorar unos resultados estadísticos, genera agotamiento y  provoca además la apatía del profesorado cuando los resultados a tanto esfuerzo son escasos. Necesitamos ver resultado, sentirnos útiles. Que ellos y nosotros veamos como con su esfuerzo y nuestra ayuda vamos superando los obstáculos. Vamos creciendo juntos. Tenemos que repartir con ellos los esfuerzos concentrados en los profes y pensar en nuestra labor como parte de una cadena mas grande que concluye con la vida escolar del alumnos.  

¿Cómo hacerlo?

Debemos aprender a realizar nuestro trabajo principalmente fuera del aula y no dentro de ella, programando unas clases en las que sean ellos los que trabajen. (Ahí entran en juego todas las innovaciones pedagógicas y técnicas que van surgiendo).
En el aula, debemos limitarnos a sembrar, a proponer, proponer siempre, y a orientar, es decir, a educar sobre el error del alumno.

Por otro lado, debemos aprender a trabajar rompiendo los límites temporales de un curso académico. Se hace aquí fundamental la coordinación vertical, no sólo para trabajar más tiempo sobre lo mismo, sino porque   el tiempo es fundamental también para la maduración de un alumnado "en construcción".

Lo que se siembra un  curso, puede que florezca tres más adelante, cuando el alumno sea capaz de comprender la enseñanza. De ahí que sea importante trabajar conjuntamente, de manera vertical, de tal forma que las enseñanzas que les podamos transmitir no caduquen a los nueve meses.

****************
Si has llegado hasta aquí, mi más sincera enhorabuena y gracias por tu tiempo.   

lunes, 9 de mayo de 2011

Navegando

Daniel.- ¿de qué sirve seguir luchando?. Ya intenté llegar una vez y no fue posible. Ahora, por más que lo deseo, siento que no está en mis manos el conseguirlo, que lo que tenga que pasar, pasará.

Indiana.- ¡Insiste!. No dejes de intentarlo. No es cierto que tu destino esté escrito. No te resignes al azar.

D.- ¿Quiéres decir que si sigo intentándolo, lo conseguiré?.

I.- Desgraciadamente no. No todo lo puede controlar uno, pero puedes influir en el discurrir de los acontecimientos. Sigue creyendo en ello con todas tus fuerzas.

D.- No entiendo. Me animas a luchar a ciegas, sin saber si habrá recompensa.

I.- ¡No se trata de luchar, sino de vivir!. No es algo excepcional, sino la normalidad. En ocasiones lo percibimos. Lo llamamos sensaciones, presentimientos, agüero, química... el mundo gira y sólo a veces somos capaces de sentir el movimiento.

     Por eso no se trata de luchar, sino más bien de navegar un caudaloso río, no demasiado largo, en una modesta barquita de madera. Si no remas tan sólo puedes ir a la deriva, por eso es importante no rendirse, aunque seguir remando no te asegure llegar a la orilla deseada.

D.- Pero, ¿cómo vencer a la corriente con tan sólo un par de remos?

I.- Sintiéndola. No es culpa del río si no llegas donde quieres. Debes aprender a navegar con él. Escucha e impúlsate con sus corrientes.

D.- ¿Y si no van dónde quiero?. ¿Qué hago?.

I.- Aceptarlo e insistir, siempre siguir insistiendo. Nunca te marques un rumbo fijo. No pretendas seguir la ruta más corta, acepta que no puedes elegirla sólo con lógica, y no tengas prisa en llegar, que el río es corto.  

     Antes te ha de llevar a muchas orillas desconocidas. Adonde llegues, conoce. Aprende cuando no quede otra posibilidad y disfruta cuando te sea posible, pero que ni una cosa ni otra te hagan dejar de navegar.

     No hay frustración si lo haces comprensible. Y comprenderlo no significa rendirse.

D.- ¿Y si me acerco a la desembocadura del río sin encontrar mi orilla? ¿No sentiré entonces frustración?.

I.- Por supuesto... si lo que navegas fuese un río conocido. Pero, al igual que entiendes que el río no es sólo agua, sino que lo abarca todo, olvidas que el tiempo es sólo una invención humana. Si tus sueños son más amplios que una vida animal, no has de sentirte mal, sino orgulloso de ser capaz de imaginar orillas aún vírgenes. Orgulloso de pretender navegar más allá de la desembocadura. De querer conocer el mar.

    Si es así, no navegues solo. Comparte el viaje, pues algún día serás agua de río y podrás hacer que tu orilla se descubra.

  Sigue remando, hijo mio, que no lo haces solo.  Yo remo también. Ansío con todas mis fuerzas poder tenerte entre mis brazos.